En este rincón literario, comparto mi amor por las letras, te invito a explorar reseñas, desentrañar técnicas de escritura creativa y, por qué no, a trazar juntos nuevos mapas en este vasto océano de palabras.
El arte de escribir sin tropiezos: errores narrativos comunes y su correcta aplicación
22 febrero, 2025/
Existen en la escritura ciertas trampas sutiles, redes invisibles que atrapan al incauto narrador en su propia obra. Son deslices que, al ojo inexperto, pueden parecer irrelevantes, pero que atentan contra la fluidez, la coherencia y la elegancia del texto. El escritor que busca pulir su estilo y dotarlo de precisión haría bien en reconocer estos escollos y sortearlos con pericia. En esta disertación, me propongo exponer tres errores frecuentes en la narrativa: el mal uso del gerundio, la incoherencia en el manejo de los narradores y tiempos verbales, y el vicio de la redundancia.
El Gerundio Maldito
El gerundio, en su justa medida, es una herramienta formidable. Su propósito es denotar simultaneidad o acción en curso, pero su abuso genera estructuras torpes, imprecisiones y, en los casos más extremos, errores de significado.
Ejemplo:
—No sé — le dijo la Maga, revolviendo unas tazas.
Indica que la Maga dijo “No sé” mientras o al tiempo qué revolvía unas tazas.
La intención del escritor es clara: el personaje realiza ambas acciones al mismo tiempo. No obstante, si escribimos:
Abrió la puerta cayéndose al suelo.
caemos en el absurdo, pues una acción no puede ser consecuencia de la otra sin mediación. El remedio es sencillo: dividir la acción en dos oraciones o reformular la idea con mayor claridad:
Abrió la puerta y, acto seguido, cayó al suelo.
Aún más pernicioso es el gerundio de posterioridad, donde el escritor pretende encadenar una acción posterior sin advertir su error lógico:
Tomó el tren llegando a la ciudad.
insinúa que el acto de tomar el tren y el de llegar a la ciudad son simultáneos, cuando evidentemente no lo son. La corrección es obvia:
Tomó el tren y llegó a la ciudad.
Nota: Siempre pregúntate ¿Pueden estas acciones ocurrir al mismo tiempo?
La Maldición de los Narradores y sus Tiempos
Tipos de narradores:
Tenemos a los narradores de acuerdo a su perspectiva gramatical, es decir, de acuerdo al punto de vista lingüístico desde el cual narran la historia. Se distinguen así:
Primera persona (yo)
Segunda persona (tú)
Tercera persona (él o ella / ellos o ellas).
Y los narradores de acuerdo a su posición frente al relato, es decir, de acuerdo a su grado de implicación en la historia contada. Se distinguen:
Narradores protagonistas
Narradores testigos
Narradores equiscientes
Narradores omniscientes
Narradores en primera persona:
Este tipo de narrador cuenta eventos que le ocurrieron a él mismo (protagonista) o que les ocurrieron a otros pero él presenció (testigo). Cuenta con la virtud de referirse a sí mismo, sus sentimientos, pensamientos; su subjetividad.
Ejemplo de narrador protagonista:
“Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia”.
Casa Tomada; Julio Cortázar.
Ejemplo de narrador testigo:
“Yo me acuerdo mal de Mario, pero dicen que hacía linda pareja con Delia. Aunque ella estaba todavía con el luto por Héctor (nunca se puso luto por Rolo, vaya a saber el capricho), aceptaba la compañía de Mario para pasear por Almagro o ir al cine. Hasta ese entonces Mario se había sentido fuera de Delia, de su vida, hasta de la casa. Era siempre una “visita”, y entre nosotros la palabra tiene un sentido exacto y divisorio”.
Circe; Julio Cortázar.
Nota: Si quieres que el lector pueda sentir una identificación inmediata y fluida con el protagonista, definitivamente usa este tipo de narración.
Narrador en segunda persona:
Se trata de un tipo de narrador poco frecuente en la literatura, debido a que su uso representa un reto mayor, pues supone la existencia de alguien a quien se le cuenta el relato (o sea, un narratario) y a quien el narrador se dirige expresamente. Sin embargo, el narrador en segunda persona tiene la virtud de interpelar al lector y hacer que se adentre más rápidamente en el relato, pues produce un sentimiento de acusación o de complicidad.
Ejemplo:
“El olor de la humedad, de las plantas podridas, te envolverá mientras marcas tus pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro. Cuentas en voz baja hasta veintidós y te detienes, con la caja de fósforos entre las manos, el portafolio apretado contra las costillas”.
Aura; Carlos Fuentes.
Otro ejemplo:
“Te sentías adormilada y estabas ahí, con el cuello alargado y las manos escondidas en las axilas; sólo viste un caracol sobre un muro de pintura verde desflecada”.
Cambio de piel; Carlos Fuentes.
Narrador en tercera persona:
Este tipo de narrador puede verse o no inmiscuido en el relato que cuenta y, por lo tanto, puede ser o no un personaje dentro de él. En todos los casos, el narrador contempla la historia “desde afuera”, o sea, sin tomar parte importante en ella.
Narrador omnisciente:
Conoce todo sobre la historia: pensamientos, sentimientos y acciones de los personajes.
Ejemplo:
“En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se hiciera alguna otra cosa. Y les habló y les propuso temas de música; y cantaron ante él y él se sintió complacido”.
El Silmarillion, J. R. R. Tolkien.
Narrador Equisciente:
Su conocimiento es equivalente al de uno de los personajes. Relata la historia desde ese punto de vista, por lo que está enterado únicamente de aquello que el personaje sabe y experimenta, de modo que descubre la trama en la misma medida que él.
Ejemplo:
“Minutos después, Raskolnikof abrió los ojos, contempló largamente la sopa y el té, cogió la cuchara y empezó a comer. Dio tres o cuatro cucharadas, sin apetito, maquinalmente. Se le había calmado el dolor de cabeza. Cuando terminó de comer se echó de nuevo en el diván. Pero no pudo dormir y se quedó inmóvil, de bruces, con la cabeza hundida en la almohada. Soñaba, y su sueño era extraño. Se imaginaba estar en África, en Egipto…”
Crimen y castigo; Fiodor Dostoyevski
Esta forma de narrar—tan característica de Dostoyevski—nos permite experimentar el devenir del protagonista en primera persona (aunque expresado en tercera persona), haciendo que cada revelación emocional sea un descubrimiento compartido únicamente a través de su limitada percepción.
El narrador es la voz de la historia, el prisma a través del cual el lector percibe el universo narrativo. Confundir su tiempo verbal o mezclar sin criterio sus perspectivas es condenar el texto al caos. Consideremos una novela que inicia en tercera persona omnisciente: Pedro caminaba por la avenida cuando vio a Julia. Si sin aviso se cambia a primera persona: De pronto, la vi y sentí que algo dentro de mí se rompía, se produce un quiebre en la lógica de la narración. ¿Quién cuenta la historia? ¿Es un narrador externo o es Pedro? La transición entre narradores debe justificarse con un recurso técnico, como un cambio de capítulo o una introducción deliberada del nuevo punto de vista.
En cuanto a los tiempos verbales, el error más común es la mezcla arbitraria de pasado y presente. Pedro caminaba por la avenida y de pronto ve a Julia al otro lado de la calle. La frase, al no mantener coherencia temporal, resulta desconcertante. La solución es decidir si se narra en pasado (Pedro caminaba y vio a Julia) o en presente (Pedro camina y ve a Julia), y sostener esa elección a lo largo del texto.
Redundancia y la Falsa Riqueza de Sinónimos
El escritor que desconfía de la sencillez suele caer en dos tentaciones: la redundancia y el abuso de sinónimos. Ambas, lejos de enriquecer el texto, lo debilitan.
Redundancia
La redundancia se presenta cuando se dice lo mismo dos veces sin aportar información nueva.
Ejemplo clásico: Subió para arriba. La dirección implícita de “subir” hace innecesario “para arriba”. Otro ejemplo: Entró dentro de la casa, donde “dentro” es una obviedad. Estas repeticiones son conocidas como “pleonasmos”.
También encontramos el uso de palabras innecesarias: “nuevo récord histórico”, “resultado final”, “cita previa”. La forma correcta sería: “nuevo récord”, “resultado”, “cita”.
No tengas miedo de “economizar” en el lenguaje a la hora de escribir, lo que no suma no solo resta, sino también daña.
Ejemplo:
Se quedó inmóvil, sin reproducir gestos y en completo silencio.
Corrección:
Se quedó petrificado.
Adjetivos
Exceso de adjetivación también es redundancia.
La acumulación de adjetivos sin una función precisa convierte la descripción en una letanía de sinónimos. Este exceso no solo empobrece la prosa, sino que además distrae al lector, quien se ve abrumado por la redundancia en lugar de maravillarse ante la propuesta estética.
Ejemplo:
“El escritor, dotado de una imaginación creativa y original, plasmaba en su obra ideas innovadoras y nuevas, frescas y novedosas”.
Corrección:
“El escritor plasmaba en su obra ideas innovadoras, destilando con cada palabra la esencia de lo único y lo sorprendente”.
Así, se elimina la redundancia y se otorga a la prosa la ligereza necesaria para que cada término tenga su propio peso y significado.
Sinonimia
El abuso de sinónimos es propio de quienes creen que la repetición de una palabra es un pecado mortal. Consideremos un texto donde el autor, por evitar reiteraciones, escribe: El hombre tomó el vaso, bebió el líquido, ingirió el fluido y degustó el brebaje. El resultado es una acumulación artificiosa de términos que, en lugar de embellecer, entorpecen la lectura.
Descripciones fuera de lugar
Existen descripciones que, lejos de iluminar, proyectan sombras sobre la esencia del relato.
Veamos el siguiente ejemplo:
Ella gira la cabeza y su mirada se posa en el perfil del estudiante de posgrado sentado junto a la ventana. Se había sacado a duras penas el pregrado de Medicina, pero, incapaz de responsabilizarse de la vida de otras personas, estaba cursando ahora un posgrado de Historia de la Medicina. Corpulento, de mejillas carnosas y papada, usa unas gafas redondas de pasta negra. A primera vista da la impresión de ser un bonachón y suele intercambiar bromas tontas con el joven estudiante de filosofía durante los descansos. Sin embargo, apenas empieza la clase, su actitud cambia por completo y se hace evidente que tiene miedo de equivocarse y está tenso todo el tiempo.
La clase de griego; Han Kang.
Ahora analicemos:
Este fragmento nos ofrece una pintura minuciosa del estudiante de posgrado. Sin embargo, surge la interrogante: ¿Aporta este retrato al desarrollo de la trama o al entendimiento profundo de la protagonista? La respuesta parece ser negativa. Esta descripción, aunque rica en detalles, se erige como un espejo que refleja una imagen sin relevancia, desviando la atención del lector del sendero principal de la narrativa. Entonces, ¿cuál es el fin? Me lo sigo preguntando…
Narración impostada
En el arte de narrar, la economía de las palabras es una virtud cardinal. Cada adorno literario debe servir a un propósito claro, evitando la tentación de embellecer sin causa justificada. He de decirte querido escritor, que tu contenido debe sustentarse por sí mismo. Confía en lo que dices, más allá de las formas. Con práctica lograrás complejizar el lenguaje sin caer en los excesos.
Pero tranquilo, hasta los premios Nobel pueden caer en ese error.
Analicemos el siguiente fragmento:
El fragor ensordecedor de la autopista a solo media calle de distancia desgarra sus tímpanos como miles de cuchillas de patines sobre hielo. La magnolia púrpura, que ha empezado a dejar caer sus pétalos heridos, brilla bajo las farolas de la calle. Ella atraviesa el aire de la noche primaveral bajo las ramas curvadas por el peso de las flores voluptuosas, que esparcirían un dulce perfume si las estrujara. Aunque sabe que nada resbala por sus mejillas, cada tanto se enjuga la cara con ambas manos.
La clase de griego; Han Kang
Análisis:
“El fragor ensordecedor de la autopista a solo media calle de distancia desgarra sus tímpanos”.
Esta oración me brinda información sobre el contexto y como este la hace sentir. Ahora:
“como miles de cuchillas de patines sobre hielo”.
¿Es necesario?
Si lo que se quiere es incluir una metáfora a modo de comparación para extender el sentimiento del personaje podemos hacerlo de una forma más sutil:
El rugido de la autopista, a media cuadra, golpea sus tímpanos como cuchillas afiladas.
¿Mejor, no?
Ahora:
“La magnolia púrpura, que ha empezado a dejar caer sus pétalos heridos, brilla bajo las farolas de la calle. Ella atraviesa el aire de la noche primaveral bajo las ramas curvadas por el peso de las flores voluptuosas, que esparcirían un dulce perfume si las estrujara. Aunque sabe que nada resbala por sus mejillas, cada tanto se enjuga la cara con ambas manos”.
¿Qué te parece?
“La magnolia púrpura, perdiendo pétalos, brilla bajo las farolas. Ella, sintiéndose obnubilada, atraviesa la noche primaveral y aunque sabe que sus mejillas no lloran, se enjuga el rostro con ambas manos de vez en cuando”.
Conclusión: El Arte de la Precisión
La literatura es, ante todo, un ejercicio de precisión. La economía del lenguaje no implica austeridad sino exactitud, y la exactitud es la piedra angular de un buen escritor. Evitar el mal uso del gerundio, manejar con rigor los tiempos verbales y desterrar la redundancia no son meros caprichos gramaticales: son las llaves para escribir con claridad y elegancia. La literatura, en su máxima expresión, no es el arte de decir más, sino el arte de decir mejor.