Recursos literarios

El Laberinto del Lenguaje: Recursos Narrativos y Ortográficos en su Esplendor

«Las palabras son, en mi no tan humilde opinión, nuestra fuente inagotable de magia».

Albus Dumbledore

El lenguaje se revela como un inmenso laberinto en el que cada palabra es un pasaje a lo desconocido, cada signo ortográfico, un faro que orienta al lector en la penumbra de la ambigüedad. Así como en La Biblioteca de Babel cada volumen contiene la suma de todas las letras y de todos los misterios, en la prosa se ocultan recovecos donde el uso imprudente de los recursos puede convertir una obra en un enigma confuso. Este escrito se propone desentrañar esas trampas estilísticas y ortográficas, no para condenarlas, sino para comprender cómo y cuándo su empleo puede elevar la calidad literaria a alturas insospechadas.

Metáforas y Símiles: Espejos del Infinito

Una metáfora mal dosificada es como un espejo empañado que distorsiona la realidad. El recurso, en su uso más noble, invita a la revelación de mundos paralelos. Sin embargo, cuando se abusa de comparaciones forzadas, se corre el riesgo de caer en clichés que despojan al relato de su misterio.


Ejemplo inadecuado:

“Sus ojos eran como dos faroles en la oscuridad”.

Esta imagen, aunque visual, resulta poco original y limita la profundidad que la palabra puede alcanzar.

En su lugar, podemos decir:

“En sus ojos danzaban luces errantes, como si cada parpadeo invocase al ocaso”.

Aquí, la comparación no solo ilumina, sino que invita al lector a sumergirse en la narrativa como quien descubre un secreto.

No Digas, Muestra

La tentación de explicar en exceso es una sombra que merodea los pasillos del relato. Decir, en lugar de mostrar, es privar al lector del deleite del descubrimiento, impidiéndole adentrarse en los recodos secretos del alma de los personajes.

Ejemplo problemático:

“María se sentía profundamente triste y desolada. La pérdida de su perro la había sumido en una tristeza abrumadora que la hacía llorar constantemente. Cada rincón de la casa le recordaba a su fiel compañero, intensificando su dolor y melancolía”.

Análisis:
En este pasaje, la emoción se disuelve en una literalidad que agota la magia de lo inexplicable. Al detallar minuciosamente la tristeza de María, el autor encierra al lector en una exposición que le impide intuir, por sí mismo, los matices de su pena. La fuerza de la narrativa reside en sugerir, en lugar de dictar, dejando que cada silencio y cada mirada revelen lo que no se dice.

Otro ejemplo:

“Martín estaba lleno de rabia, y era evidente porque su mente no dejaba de repasar todas las injusticias que había sufrido, haciendo que cada palabra que pronunciaba estuviera cargada de resentimiento”.

Análisis:
Aquí, la sobreexplicación confina a Martín en una caricatura emocional. La intensidad de la rabia se diluye al enumerar sus sentimientos, en vez de plasmarlo mediante gestos, pausas o diálogos cargados de tensión. Una narrativa verdadera permite que la furia se insinúe en el temblor de una voz o en el fuego de una mirada esquiva.

No quiero decir que una explicación detallada está decididamente mal. Sí tu misión es sumergir al lector en una atmósfera más íntima con el personaje, puedes usar el narrador en primera persona. Esto demostrará mucha más cercanía y coherencia a la hora de escribir los pensamientos y sentimientos del protagonista.

El Diálogo: Entre lo Implícito y lo Excesivo

El diálogo es la música oculta en la conversación de los personajes; si se expone en exceso, se pierde el ritmo y la autenticidad que lo caracterizan.

— Estoy decepcionado, frustrado y agotado, y cada palabra que pronuncio solo refleja mi confusión interna —dijo Raúl, como si necesitara justificar cada emoción.

Análisis:
Cuando las palabras del personaje se convierten en un manifiesto de sentimientos explícitos, el diálogo se transforma en una exposición forzada. La verdadera conversación, en la intimidad de la narrativa, se teje en el matiz de lo que se calla, en el silencio entre frases, permitiendo que la emoción se manifieste de forma natural y auténtica.

—Como sabes, hermano, desde que mamá murió, he tenido que encargarme de la empresa familiar, lo que ha sido una carga muy pesada para mí —dijo Carlos.

Análisis:
El diálogo de Carlos reparte información redundante, presuponiendo que su interlocutor ignora aquello que ya ambos comparten. La narrativa, en este caso, se ve empobrecida por un intercambio que resulta artificial. Un diálogo eficaz debe fluir, dejando entrever más de lo que las palabras encierran.

La Precisión del Gerundio

El gerundio, como un velo que pretende unir acciones, puede en ocasiones oscurecer la secuencia de los eventos, creando confusión en el lector.

Ejemplo problemático:

“María preparó el café, leyendo el periódico mientras tanto”.

Análisis:
El uso del gerundio sugiere que ambas acciones ocurren de forma simultánea, cuando en realidad se desea señalar una secuencia. La claridad en la narrativa se logra al separar las acciones, permitiendo que cada instante se asiente con precisión en el tiempo.

En su lugar, podemos decir:

“María preparó el café y, tras terminar, se puso a leer el periódico”.


Ejemplo problemático:

“El soldado, disparando su arma, cayó al suelo”.

Análisis:
Aquí, el gerundio confunde la cronología: ¿fue el disparo la causa inmediata de la caída o una acción concurrente? Para honrar la lógica del relato, es necesario desglosar los eventos y clarificar la secuencia.

El Uso del Guion y las Comillas: Signos que Forjan el Diálogo

El guión y las comillas son, en la arquitectura del lenguaje, los puentes que conectan la voz del narrador con la de los personajes. Su correcta utilización es esencial para mantener el orden en el caos literario.

El guion en el Diálogo

El guión de diálogo (—) es un signo sagrado en la narrativa, distinto del guión corto (-). Su uso adecuado delimita y confiere ritmo a las intervenciones.

Ejemplo problemático:

-Debería aprender a usar el guion de diálogo. – Dijo ella – De lo contrario, no me tomarán en serio.

Análisis:

En primer lugar, se usa el guion y no el guion de diálogo (—). Segundo, el “—” se coloca antes del signo de puntuación si queremos dar una explicación respecto a la forma en que se acota dicho diálogo.

Un consejo opcional, para agregar aire a las partes de diálogos es colocar la sangría. Para hacerlo debes presionar la tecla “↹” (tab). 

Corrección:

— Debería aprender a usar el guion de diálogo — dijo ella —. De lo contrario, no me tomarán en serio.

La Danza de las Comillas

En el universo de la puntuación, las comillas actúan como custodias del discurso y del pensamiento. En español, se distinguen las angulares (« »), las inglesas (“ ”) y las simples (‘ ’), cada una con su propósito.

  • Citas Textuales: las comillas españolas nos permiten identificar palabras exactas, como en:

«Es tan corto el amor y tan largo el olvido», dijo Pablo Neruda.

  • Títulos y Nombres: cuando se mencionan poemas, artículos o publicaciones, las comillas angulares aportan claridad:

«Romance sonámbulo», de Lorca, pertenece a la obra Romancero gitano.

  • Pensamientos y Connotaciones: en la narrativa, los pensamientos se encierran en comillas para revelar el íntimo diálogo del personaje, sin sacrificar la ambigüedad que enriquece la interpretación.

«Ya sé cómo usar las comillas —pensó ella—. Ahora me tomarán en serio».

Nota: si para reproducir las palabras de un personaje necesitamos más de un párrafo, a partir del segundo se introducen comillas de cierre:

—Te contaré cómo aprendí a usar los signos de puntuación —dijo ella—. Encontré un blog literario que tenía una sección bastante interesante.

»Sucedió el viernes, luego de sentirme ofuscada al ver que mi novela tenía muchos errores ortográficos que no sabía muy bien como corregir…


Aunque en los textos manuscritos se emplean las inglesas, en los impresos se recomienda usar primero las angulares, reservando las inglesas y las simples, en este orden, para entrecomillar partes de un texto ya entrecomillado:

Yo ya se lo había advertido: «Ten cuidado, que se rompe». Al poco rato, se me acerca con una rueda en la mano y carita compungida: «Se me ha “rompido” sin querer». Y le digo, conteniendo la risa: «¿Cómo que “se me ha ‘rompido’ sin querer”?».

La Adjetivación y la Repetición: El Exceso como Trampa

El deseo de pintar un paisaje emocional con matices abundantes puede llevar a la sobrecarga descriptiva. La prosa, en su forma más pura, se nutre de la economía del lenguaje; cada adjetivo debe ser una pincelada exacta, no un brochazo desmesurado.

Del Redundante al Esencial:

  • Uso excesivo:

“La aurora era hermosa, radiante, luminosa y deslumbrante.”

Aunque cada adjetivo evoca una imagen, la repetición diluye la fuerza de la descripción.

  • Uso recomendado:

“La aurora deslumbraba con su singular belleza.”

Aquí se sintetiza la esencia sin sacrificar la riqueza del imaginario, permitiendo que la palabra se convierta en puente entre lo tangible y lo ideal.

Conclusión

En el arte de escribir, cada recurso es un signo en el mapa de la creación literaria. La economía de las palabras, el cuidado en la construcción del diálogo, la precisión en el uso del gerundio y la maestría en la aplicación de los signos de puntuación son los pilares que sostienen una narrativa auténtica y evocadora. Al abandonar la sobreexplicación y abrazar la sutileza, el escritor invita al lector a recorrer un sendero de descubrimiento, donde lo no dicho es tan poderoso como lo expresado. Así, el acto de escribir se transforma en una danza enigmática, en la que cada palabra es un destello en la vasta penumbra del infinito.

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