Reseña literaria

Entre el Fuego y la Penumbra: Una mirada a Mariana Enriquez y “Las cosas que perdimos en el fuego”

“Yo escribo porque no encuentro cosas que me gusten para leer, entonces las hago”.

Mariana Enriquez (sin acento) 

El lado de acá del espejo, el de los seres reales. 

En el vasto laberinto de la literatura, donde cada palabra es un espejo que refleja la infinidad de la experiencia humana, me encontré con la obra de Mariana Enriquez, titulada “Las cosas que perdimos en el fuego”. No es mera coincidencia que el fuego, ese elemento primigenio y al mismo tiempo enigmático, devore y a la vez ilumine las sombras que constituyen el alma. 

He aquí un libro que, como un grimorio ancestral, destila la esencia de lo cotidiano, transformándolo en un símbolo de la fragilidad y la violencia inherentes a la existencia. Cada historia se yergue como una puerta abierta hacia lo inabarcable, recordándonos que, en la vastedad de la noche, lo que se pierde en el fuego no se extingue, sino que renace en un resplandor perturbador. Mariana Enriquez nos invita a contemplar la belleza oculta en la desintegración de la realidad.

Mariana Enriquez: La Voz que Nace en las Sombras

Mariana Enriquez, nacida en la Argentina contemporánea, emerge de las calles empapadas de contradicción y desasosiego. Su biografía se plasma en una prosa que transciende la mera narración de hechos: es el testimonio visceral de una mujer que ha sabido transformar el dolor y la violencia de su entorno en un arte literario. Como en la ambigüedad moral de Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie, cada recodo de su vida se revela como un misterio en el que la luz y la sombra conviven, configurando la esencia misma de su escritura.

“Las cosas que perdimos en el fuego”: Un Espejo del Abismo

Este libro se erige como un compendio de relatos que son una oda a la decadencia y la belleza del horror. Cada cuento destila la crudeza de lo cotidiano, transformándolo en un escenario de pesadilla y fascinación. Así como en Los niños del maíz de Stephen King se percibe la corrupción de la inocencia, Enriquez nos enfrenta a la metamorfosis de la vida diaria en un ritual de fuego, en el que lo perdido –sean sueños, esperanzas o verdades– se consume y renace en un resplandor inquietante.

Géneros Literarios Convertidos en Recursos

Novela Negra: La Ambigüedad Moral

Entonces Paula apretó tanto los dientes que se mordió la lengua y se puso a llorar. Otra vez él la miraba así, y sabía cómo iba a seguir. Primero se ponía impaciente y después demasiado comprensivo, tranquilizador; en un rato, Miguel iba a hacer lo que ella más odiaba: la iba a tratar de loca. Que lo mate, pensó.

El patio del vecino.

La narrativa de Enriquez se impregna de la esencia de la novela negra, donde la línea entre el bien y el mal se vuelve difusa. Esta ambigüedad, reminiscente de la maestría de Agatha Christie en obras como Diez negritos, se traduce en personajes que son verdaderos laberintos de secretos, invitándonos a cuestionar la naturaleza de la justicia y la moralidad.

Crónica: La Influencia Periodística

A las diez, se sabía que la cabeza estaba pelada hasta el hueso y que no se había encontrado pelo en la zona. También, que los párpados estaban cosidos y la lengua mordida, no se sabía si por el propio chico muerto o —y esto le arrancó un grito a Lala— por los dientes de otra persona.

El chico sucio.

El recurso de la crónica se manifiesta en su estilo directo y revelador, evocando el rigor y la denuncia social propios del periodismo. Así, la narrativa adquiere la veracidad y la crudeza de un testigo ocular, tal como lo haría una crónica bien depurada, donde cada detalle se convierte en evidencia de una realidad que clama por ser reconocida.

Terror: El Legado de King, Poe, Lovecraft y el body horror. 

El terror es el latido oscuro en el corazón de esta obra. La influencia de Stephen King se hace patente en el ambiente opresivo de relatos que recuerdan Los niños del maíz, mientras que la melancolía y el suspense, tan característicos de Edgar Allan Poe en El cuervo, se entrelazan con el cosmos infernal de Lovecraft, evocando La llamada de Cthulhu. Este trío de maestros del horror se funde en una narrativa que transforma lo cotidiano en una pesadilla ineludible.

King

El Petiso la llevó al baldío, la golpeó con una piedra y, una vez que la niña estuvo inconsciente, trató de enterrarla. Un policía lo encontró en medio de la tarea y él rápidamente mintió una coartada: dijo que estaba intentando ayudar a la bebé, que había sido atacada por otra persona. El policía le creyó, quizá porque el Petiso Orejudo también era un niño: tenía, entonces, nueve años.

Pablito clavó un clavito: Una evocación al petiso orejudo.

Stephen King ha erigido en su obra la figura del niño, a menudo portador de una dualidad inquietante: la inocencia aparente que es, en realidad, el vehículo de una maldad inminente. En obras como It o Children of the Corn, la infancia se torna ambivalente, donde la vulnerabilidad se mezcla con un poder oscuro y perturbador.

Mariana Enriquez, en sus relatos, retoma este recurso al mostrar la niñez como un terreno fértil para lo inesperado y lo siniestro. La aparente inocencia de los personajes infantiles se ve rápidamente desestabilizada por la presencia de fuerzas que se escapan a la lógica cotidiana.

Poe

Todos caminamos sobre huesos, es cuestión de hacer agujeros profundos y alcanzar a los muertos tapados. Tengo que cavar, con una pala, con las manos, como los perros, que siempre encuentran los huesos, que siempre saben dónde los escondieron, dónde los dejaron olvidados.

Nada de carne sobre nosotras.

La obra de Edgar Allan Poe se erige en un paradigma de lo macabro y lo simbólico. La oscuridad no es simplemente la ausencia de luz, sino la manifestación de un abismo interior y colectivo, donde el terror se enraíza en lo psicológico y lo metafórico. 

Enriquez, a su vez, recurre este descenso a la locura a través del horror existencial. En ciertos relatos se observa una cuidadosa utilización de la oscuridad para simbolizar la corrupción del alma y la decadencia de una sociedad olvidada. 

Lovecraft

Tenía un cuerpo de ocho o diez años y ni un solo diente. El chico se le acercó y, cuando estuvo a su lado, ella pudo ver cómo se habían desarrollado los demás defectos: los dedos tenían ventosas y eran delgados como colas de calamar (¿o eran patas? Siempre dudaba de cómo llamarlas). El chico no se detuvo a su lado. Siguió caminando hasta la parroquia, como si la guiara.

Bajo el agua negra.

H.P. Lovecraft, el padre indiscutido del terror cósmico, introduce en su narrativa la noción de lo insignificante del ser humano frente a fuerzas inabarcables y ancestrales. En su universo, la existencia se tiñe de una desesperanza cósmica y una futilidad ante lo desconocido.


Mariana Enriquez, aunque trabaja en escenarios que parecen pertenecer a la cotidianidad urbana, incorpora en sus relatos esa sensación de inquietud ante lo inexplicable. La presencia de ritos, leyendas y terrores ancestrales –que a primera vista podrían parecer propios de la tradición local– se revelan, en esencia, ecos de un horror primigenio, reminiscentes del temor lovecraftiano a lo incognoscible. Así, elementos como la irrupción de lo inexplicable en la rutina diaria y la sensación de estar al borde de un abismo inhumano se convierten en pilares de su narrativa.

La Belleza en la Deformidad

—Si siguen así, los hombres se van a tener que acostumbrar. La mayoría de las mujeres van a ser como yo, si no se mueren. Estaría bueno, ¿no? Una belleza nueva.

Las cosas que perdimos en el fuego.

El body horror se configura como un recurso que descompone y reconfigura la noción de belleza. En esta reinterpretación, el cuerpo se transforma en un lienzo de angustia y asombro, donde la deformidad se vuelve una declaración estética y social, una imagen que se contrapone a la perfección idealizada y revela las fisuras de una cultura que se mira a sí misma con desdén y fascinación.

Realismo Sucio: 

Los militares, borrachos de cerveza —había varias botellas vacías sobre la mesa y bajo las sillas—, primero le dijeron a la moza que era preciosa y después uno de ellos le tocó el culo y pareció una película de mal gusto, un chiste, el hombre con la chaqueta del uniforme desprendida y el vientre demasiado distendido, un escarbadientes en los labios, las risas grotescas y la chica que trataba de rechazarlos y decía «¿Se van a servir algo más?», pero no se atrevía a insultarlos porque ellos llevaban las armas en la cintura y algunas otras estaban apoyadas en el cantero a sus espaldas.

Tela de araña.

El realismo sucio, caracterizado por una prosa minimalista y un retrato sin tapujos de la marginalidad y la crudeza de la existencia, encuentra en autores como Raymond Carver y Charles Bukowski dos referentes ineludibles. La narrativa de Carver se distingue por su austeridad y su precisión en capturar la cotidianidad de lo absurdo, mientras que Bukowski nos sumerge en una visión desolada y sin filtros de la vida.


Enriquez dialoga con este estilo a través de relatos en los que la crudeza de la realidad se expone sin artificios. La violencia, la pobreza y la desesperanza se presentan en un lenguaje que, si bien poético, no rehúye la crudeza del mundo urbano. Algunos relatos de “Las cosas que perdimos en el fuego” exhiben una estética casi documental, donde cada detalle –desde el deterioro físico de un barrio hasta las cicatrices emocionales de sus personajes– se revela como parte integral de una narrativa que no se cansa de mostrar la fea verdad de la existencia. 

El Eco de Borges y Cortázar

Adela no había salido de la habitación de los estantes. Nos saludó con la mano derecha, parada junto a una puerta. Después giró, abrió la puerta que estaba a su lado y la cerró detrás de ella. Mi hermano corrió, pero cuando llegó a la puerta, ya no pudo abrirla. Estaba cerrada con llave.

La casa de Adela.

Jorge Luis Borges es sinónimo de narrativas que juegan con la infinitud, los laberintos y los espejos que desdibujan la línea entre la realidad y la ficción. Relatos como “La casa de Asterión” y “Las ruinas circulares” exploran la condición humana a través de estructuras narrativas enredadas y simbolismos que invitan a la reflexión metafísica.

Los policías decían que no quedaba una sola puerta dentro de la casa. Ni nada que pudiera ser considerado una habitación. La casa era una cáscara, decían. Todas las paredes interiores habían sido demolidas. Recuerdo que los escuché decir «máscara», no «cáscara». La casa es una máscara, escuché.

La casa de Adela.

Enriquez retoma esta impronta borgiana al sumergir al lector en espacios ambiguos y polisémicos. En ciertos relatos de “Las cosas que perdimos en el fuego” se percibe una clara intención de desorientar, de mostrar un universo en el que lo real se descompone en múltiples reflejos, en donde la identidad y el espacio se vuelven fluidos y casi inabarcables. Así, la narrativa se transforma en un laberinto en el que cada recoveco alberga preguntas sin respuesta, y donde la historia misma se convierte en un espejo que refleja las múltiples caras de la desesperanza y la memoria.

Fue repentino e imposible: el ruido del motor de un auto o de una camioneta, a un volumen tan alto que no podía ser real, tenía que ser una grabación. Y después otro motor más y entonces alguien empezó a golpear con algo metálico las persianas y las dos se abrazaron en la oscuridad gritando porque a los motores y los golpes en las ventanas se les agregaron corridas de muchos pies alrededor de la Hostería y gritos de hombres.

La hostería.

Julio Cortázar transita con maestría entre lo real y lo onírico, estableciendo un puente en el que lo cotidiano se ve subvertido por lo insólito. Su capacidad para diluir las fronteras entre la vigilia y el sueño, entre lo lógico y lo absurdo, se plasma en obras que desafían la linealidad del tiempo y la rigidez del espacio.

Se dio cuenta de que las chicas estaban demasiado asustadas: las había escuchado gritar como si las estuvieran matando. Sus propios gritos las habían delatado. Las chicas no le tenían miedo a ella, algo más había pasado, pero Elena no se explicaba qué y, cuando intentó interrogarlas, ellas lloraban o le preguntaban si eso había sido la alarma de la Hostería, qué había sido ese ruido y los tipos que golpeaban.

La hostería.

Enriquez adopta este enfoque al integrar en sus relatos momentos en los que la realidad se disuelve en lo irracional. La sátira y el humor negro se mezclan con elementos de lo fantástico, generando una narrativa en la que lo cotidiano se torna surrealista. Ejemplos claros se evidencian en episodios donde la transformación de espacios familiares en escenarios de inquietud y desconcierto resulta casi imperceptible, pero cargado de un simbolismo que invita a cuestionar la naturaleza de la existencia. Esta fusión, que recuerda a Cortázar, permite a Enriquez transitar con soltura por los límites desdibujados de lo onírico y lo real.

Características narrativas

Geografía Simbólica: Argentina como Escenario Onírico

La tierra argentina, con su geografía y su historia, se transforma en un escenario de sueños y pesadillas. Enriquez utiliza el paisaje como un mapa simbólico, al estilo en que Borges convirtió las pampas y las ciudades en laberintos de significados ocultos, haciendo de la geografía un personaje más de su relato.

El Híbrido entre Realismo y Fantasía

El tejido narrativo se enriquece con la fusión entre lo real y lo fantástico. Este híbrido se asemeja a la dualidad presente en Ficciones, donde la frontera entre lo posible y lo imaginado se difumina, permitiendo que la realidad se reinvente ante nuestros ojos con cada palabra.

La juventud como espejo del caos

La adolescencia, ese tiempo de transición cargado de incertidumbres y pasiones, se convierte en el terreno donde lo onírico se manifiesta con mayor fuerza. Al igual que en Rayuela de Cortázar, donde lo lúdico y lo trágico se entrelazan, Enriquez explora la fragilidad y el poder de una juventud que se descubre a sí misma en medio del caos.

La Inocencia del Mal: Entre los Límites de la Moral

En su narrativa, el mal se viste de inocencia y se desliza por los márgenes de la moral, desdibujando la línea que separa lo puro de lo corrupto. Este recurso recuerda la compleja trama de Asesinato en el Orient Express, donde cada gesto y cada silencio encierra una verdad ambigua y perturbadora.

Diálogos errantes

Los diálogos se presentan como fragmentos dispersos en medio de párrafos, despojados de la rigidez convencional y cargados de una inmediatez frenética. Tal como Cortázar propuso en Final del juego, estas conversaciones se funden con la narrativa, creando una atmósfera de intimidad inestable y de pensamientos que se desbordan en un torrente incesante.

Finales Abiertos: “Cuando se cierra la Puerta se Abren Ventanas”

La estructura de los relatos enriquece la experiencia lectora al dejar finales abiertos, invitándonos a continuar la búsqueda de significados. Cada cierre es, paradójicamente, un umbral hacia nuevas interpretaciones, evocando el enigmático poder de Las ruinas circulares y El libro de los seres imaginarios, donde la puerta del misterio nunca se cierra del todo, sino que se expande en infinitas ventanas de posibilidades.

Conclusión 

En la penumbra de la narrativa de Mariana Enriquez se esconde la imagen de un alma que, entre luces y sombras, se atreve a desnudar la cruda esencia de la existencia. Cada relato es un acto de valentía, un grito silencioso contra la indiferencia y la banalidad del día a día. La fusión de géneros y recursos se convierte en un espejo en el que se refleja la complejidad de lo humano. Nos encontramos de este lado del espejo, donde nuestra intimidad es, en esencia, el mayor antagonista. El lector se ve compelido a enfrentar sus propios miedos y anhelos, descubriendo en cada página la incómoda belleza de la imperfección. Enriquez, con su prosa incendiaria y perturbadora, nos conduce por caminos donde el fuego no solo destruye, sino que también ilumina los rincones más recónditos de la psique, recordándonos que en la dualidad de la existencia, lo perdido y lo hallado conviven en un eterno y fascinante diálogo.

3 Comentarios

  • Javier Cacieccio

    Jamás había escuchado de Mariana Enriquez, sin acento. Admiro muchísimo a las personas que puedan expresar los sentimientos en escritos, yo no puedo.
    Definitivamente me tomaré una hora al día para investigarla porque gracias a la conclusión que redactaste me despertó un interés que no sentía hace años. Gracias Rosie

  • Aquiles González

    Yo leí «el niño sucio» y fue una experiencia realmente extraña y fascinante al mismo tiempo, muchas imágenes de ciudades de Venezuela como Caracas y Valencia, me venían a la mente a medida que leía el cuento… es sin duda alguna una voz con mucha fuerza.

    Gracias por tus análisis literarios y por permitirnos conocer más escritores, que de otro modo tal vez pasarían desapercibidos.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *