
Han Kang y su “La clase de griego”: un berrinche literario envuelto en lirismo fallido
La frustración como legado literario
Es curioso pensar que ciertas obras, en su afán por alcanzar la universalidad, terminan condenadas a la intrascendencia. Esto me recuerda a aquellos laberintos literarios donde la autora pretende ser el minotauro y el lector, un Teseo que nunca encuentra la salida. Con esta premisa, abordo La clase de griego de Han Kang, una obra que promete un discurso profundo sobre la fragilidad humana y se queda en una danza de imágenes quebradas y emociones inertes.
En un artículo anterior, tuve el desafío de reseñar La vegetariana, también de Han Kang, una obra que me dejó perpleja, no por su maestría literaria, sino por su intento fallido de trascendencia a través de la controversia. Sin embargo, la curiosidad —y, confieso, cierta esperanza— me llevó a darle otra oportunidad a la autora con La clase de griego. El resultado, lamentablemente, fue el mismo: una experiencia frustrante.
En este libro, Kang narra la historia de dos personajes que lidian con pérdidas fundamentales: una mujer que ha perdido la capacidad de hablar y un hombre que se enfrenta a la ceguera inminente. La idea de vincularlos a través de una clase de griego antiguo parecía sugerir un tejido simbólico potente; sin embargo, la trama nunca alcanza esa complejidad prometida. Es un laberinto sin misterio, un artificio que al final se reduce a escombros narrativos.
La controversia como herramienta narrativa: ¿Arte o estrategia?
Han Kang ha construido su renombre abordando temas culturalmente controversiales: trastornos de conducta alimentaria, desigualdades de género y, en esta ocasión, discapacidades. No se puede negar que estas temáticas son esenciales y que la literatura, como vehículo cultural, debe darles visibilidad. Sin embargo, Kang, en su afán de abstraer, desvincula al lector de la experiencia real y reduce estos temas complejos a simples dispositivos narrativos.
El término “sordomudo” es un ejemplo de cómo la autora perpetúa estereotipos desfasados. En la realidad, la lengua de señas y la escritura son formas plenas de comunicación, pero Kang las reduce a una suerte de mutismo existencial que despoja a sus personajes de agencia y humanidad.
El error no radica solo en el vocabulario, sino también en la narrativa superficial que lo acompaña. Kang utiliza la discapacidad de sus personajes como un elemento decorativo, algo que está destinado a despertar la atención del lector pero que nunca se explora con la profundidad emocional que amerita. Esto queda evidenciado en escenas donde las dificultades de los personajes se describen con un lenguaje abstracto que dificulta la empatía y el entendimiento, como si la autora estuviera más interesada en impresionar con su estilo que en transmitir una verdad humana.
Podemos contrastar este enfoque con autores que han abordado temas controvertidos con maestría y sensibilidad. En El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, el autor explora el sufrimiento humano en el contexto del Holocausto con una profundidad psicológica que conmueve y transforma al lector. Frankl no solo describe el sufrimiento, sino que lo utiliza como un medio para explorar el sentido de la vida. Kang, por el contrario, se queda en la superficie, ofreciendo descripciones que son impactantes pero carecen de un anclaje emocional real. La controversia, cuando se utiliza como herramienta narrativa, debe estar acompañada de una intención clara y una ejecución cuidadosa. La clase de griego, no logra superar el umbral de la provocación, dejando al lector con una sensación de vacío que traiciona la promesa de una narrativa profunda y reflexiva.
Las imágenes quebradas de Kang
La narrativa de Han Kang busca refugio en la poética de las imágenes. Sin embargo, su prosa carece de la cohesión y la densidad que otros autores han logrado. Consideremos, por ejemplo, esta línea de Julio Cortázar en Rayuela:
“La explicación es un error bien vestido.”
En una sola frase, Cortázar encapsula una verdad filosófica con una imagen sugerente y precisa. No hay redundancia ni exceso; el lector es invitado a interpretar, a completar el significado desde su propia experiencia. Ahora contrastemos esto con un pasaje de Kang, donde describe la pérdida del habla de su protagonista:
“La pérdida del habla que sufre de nuevo no es cálida ni intensa ni nítida como hace veinte años. Si el primer silencio se parecía al de antes del nacimiento, el de ahora se parece al de después de la muerte. Si antes era como mirar el ondulante mundo exterior desde el fondo submarino, ahora se ha convertido en una sombra que se arrastra por la dura superficie de paredes y suelos mientras contempla desde fuera la vida que transcurre en un gigantesco tanque cisterna.”
La descripción pretende ser poética, pero las imágenes se desmoronan bajo el peso de su inconsistencia. Los adjetivos “cálida, intensa y nítida” son inapropiados para describir la mudez, un fenómeno físico concreto. Luego, al contraponer “fondo submarino” con “tanque cisterna”, Kang intenta crear un contraste entre lo orgánico y lo artificial, pero la metáfora carece de impacto porque las imágenes no se relacionan de manera clara.
Borges describe la mente de Funes, el memorioso, con una meticulosidad que trasciende lo descriptivo:
“Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los retoños y frutos que componen una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que solo había mirado una vez.”
Aquí se construye un universo en cada línea, permitiendo al lector no solo comprender la condición de Funes, sino también experimentar su abrumadora percepción. Las imágenes son coherentes, cada una apuntala la anterior, creando un sistema narrativo autosuficiente. Kang, por el contrario, desorienta con imágenes vagas y mal conectadas.
Ejemplos similares abundan en La clase de griego. Cuando el protagonista masculino describe su ceguera inminente, dice:
“La oscuridad no llega como un telón que se cierra, sino como un lodo espeso que se adhiere a los bordes de la visión y que, poco a poco, ahoga las formas.”
Aunque la imagen del lodo es potente, no encaja con la sensación gradual y sutil que acompaña a la pérdida de la vista. La metáfora, en su afán por ser visual, pierde la oportunidad de transmitir la angustia real del personaje.
Kang intenta construir atmósferas emocionales pero falla en mantener una coherencia interna en sus metáforas. Otro ejemplo ocurre cuando describe cómo la protagonista femenina siente su mutismo como un “grito encapsulado en un cristal que nunca se romperá”. Aunque la imagen podría haber sido efectiva, se introduce abruptamente y no se conecta con las descripciones previas, como la del “tanque cisterna” o el “fondo submarino”. Las metáforas no dialogan entre sí, dejando al lector con fragmentos inconexos que no logran un impacto sostenido.
En comparación, Horacio Quiroga, en El almohadón de plumas, crea una atmósfera densa y opresiva al describir la enfermedad de su protagonista. Quiroga escribe:
“El brillo lívido del cielo se reflejaba en la nieve del patio, y dentro de la casa, el silencio era una presión constante que se adhería a las paredes.”
Aquí, cada palabra construye una imagen que refuerza el entorno de fatalidad. La metáfora del silencio como presión constante no solo es visual, sino que conecta emocionalmente al lector con la angustia de los personajes.
En conclusión, las imágenes de Kang se desmoronan porque carecen de cohesión y conexión emocional. Este enfoque no solo fragmenta la narrativa, sino que también aleja al lector de la experiencia emocional que la obra intenta transmitir. La clase de griego se convierte, así, en un intento fallido de poética visual, condenado a la superficialidad.
Falta de estilo: La desconexión entre recursos y narrativa
Han Kang intenta construir una narrativa rica mediante recursos estilísticos como la prosa poética, los saltos temporales y los diferentes tipos de narradores. Sin embargo, estas herramientas, que podrían enriquecer la obra en manos de otros autores, aquí terminan desconectando al lector. El resultado es una historia fragmentada que no logra cohesionar sus elementos y pierde impacto emocional.
En un pasaje de La clase de griego, Kang describe el entorno de la clase de esta manera:
“Las ramas negras, raquíticas y desnudas de unos árboles jóvenes se confunden con la oscuridad. La expresión temerosa del corpulento estudiante de posgrado parece un eco de la fragilidad del paisaje.”
Aunque visualmente evocadora, esta descripción no aporta nada al desarrollo emocional o narrativo. La conexión entre el paisaje y el estudiante es débil, una metáfora que se presenta como decorativa en lugar de funcional. Si esta imagen hubiera sido utilizada para profundizar en el estado emocional del personaje o en su relación con el entorno, podría haber cobrado vida. En cambio, se siente como un relleno descriptivo que ralentiza la trama.
La autora utiliza el narrador en tercera persona para los capítulos dedicados a la protagonista femenina, quien ha perdido la capacidad de hablar. En teoría, esta elección podría haber sido un acierto, ya que la distancia inherente de un narrador externo puede simbolizar la desconexión que siente el personaje con el mundo que la rodea. Al estar privada del habla, la protagonista vive su mundo interno en aislamiento, y un narrador que la observa desde fuera podría haber servido para reforzar esta soledad. Sin embargo, Kang no aprovecha este potencial.
El problema radica en cómo el narrador omnisciente describe los pensamientos y emociones de la protagonista. En lugar de transmitir su angustia de manera íntima, el narrador utiliza un lenguaje cargado de metáforas demasiado abstractas. Por ejemplo, cuando Kang escribe:
“El silencio de su alma se despliega como una tela vieja, gastada por las tormentas del tiempo.”
No conecta al lector con la experiencia concreta de la protagonista. Más bien, se siente como una intrusión poética que interrumpe la inmersión narrativa. La incapacidad comunicativa de la protagonista merecía una exploración más directa y visceral, que involucrara al lector en su experiencia en lugar de ofrecer imágenes estilizadas que parecen no pertenecer a su realidad.
El desfasaje se acentúa aún más en las escenas donde el narrador intenta describir las interacciones externas de la protagonista. En lugar de centrarse en cómo estas interacciones reflejan su aislamiento o su lucha interna, el texto se dispersa en descripciones del entorno o en metáforas inconexas.
En contraste, autores como William Faulkner en El sonido y la furia han utilizado el narrador externo o fragmentado con maestría para reflejar las limitaciones cognitivas o comunicativas de sus personajes. En ese caso, la elección del estilo narrativo no solo sirve como un reflejo de la experiencia del personaje, sino que también invita al lector a participar en su lucha por comprender el mundo. En Kang, el narrador omnisciente no genera este efecto, dejando al lector como un mero espectador de descripciones superficiales que no logran involucrarlo emocionalmente.
Esta ejecución deficiente es un síntoma de una falta de cohesión más amplia en la obra. Los recursos narrativos, en lugar de servir al desarrollo de los personajes o a la transmisión de sus conflictos internos, se sienten como adornos literarios que interrumpen la experiencia del lector.
Las inconexiones de los personajes: Un vínculo imaginado
La narrativa de Kang sugiere que las pérdidas de sus dos protagonistas —el habla y la visión— los unirán en una relación significativa. Sin embargo, esta conexión nunca se materializa de forma convincente. No es hasta la página 100 que los personajes tienen una interacción directa, y cuando finalmente sucede, el vínculo que se sugiere es forzado y superficial.
El monólogo del protagonista masculino, hacia el final de la obra, intenta ser un clímax emocional, pero resulta torpe:
“Me cuesta recordar el rostro de mi madre antes de morir. Todo lo que queda es una sombra que vibra, que se va deshaciendo en la penumbra.”
En lugar de conmover, esta reflexión parece extrañamente desapegada, como si el personaje estuviera leyendo un texto ajeno. El intento de cerrar la narrativa con un poema tampoco logra redimir la desconexión entre los protagonistas:
“Si la luz se apagó, ¿qué nos queda en la penumbra? Solo ecos de un lenguaje que nunca aprendimos.”
El poema, que podría haber sido un puente entre los abismos emocionales de los personajes, se siente genérico y anticlimático.
Mención honorífica a Borges
Borges es mencionado brevemente en la novela, pero su inclusión carece de relevancia. Dado que el protagonista masculino sufre una pérdida de visión, Kang podría haber utilizado a Borges como un punto de anclaje emocional o filosófico. En cambio, su mención es casi anecdótica, desaprovechando una gran oportunidad narrativa. Cuando el protagonista menciona a Borges, lo hace así:
“Abrí el libro de Borges y encontré una frase subrayada: ‘El mundo es una ilusión y la vida es un sueño’. Pero me pregunté, ¿cómo puede ser un sueño si mana la sangre y brotan las lágrimas calientes?”
Esta reflexión, que podría ser el punto de partida para explorar el impacto de la ceguera en la percepción y la filosofía del protagonista, se queda en una frase superficial. Borges, un autor cuya experiencia con la ceguera transformó profundamente su literatura, es tratado como una referencia pasajera, sin integrarse realmente en la narrativa. El personaje masculino, que podría haber encontrado en Borges una inspiración o una voz que reflejara su lucha, simplemente lo menciona sin mayor impacto emocional o narrativo.
En contraste, Borges escribe sobre su ceguera con una honestidad y profundidad que tocan lo universal. En El hacedor, dice:
“Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.”
Esta sencilla declaración encapsula no solo la experiencia de la ceguera, sino también la resignación y la aceptación del destino. Han Kang, por el contrario, no logra transmitir esta resonancia emocional, dejando al lector con la sensación de que la mención a Borges es un recurso desaprovechado.
Conclusiones: La universalidad perdida
En La clase de griego, Han Kang demuestra, una vez más, su inclinación a abordar temas complejos de manera superficial. Aunque su prosa busca ser poética, carece de la maestría necesaria para sostener la carga emocional de la historia. Los recursos estilísticos que utiliza —narrativa fragmentada, metáforas y múltiples voces— no logran una cohesión, sino que contribuyen al desconcierto del lector. Los personajes, en lugar de ser individuos completos, son herramientas al servicio de una narrativa que no los desarrolla adecuadamente. Su conexión es forzada, y el final deja un vacío emocional. Kang no logra hacer justicia a los temas que aborda ni a las referencias literarias que menciona.
En definitiva, Han Kang no merece el lugar que ocupa en el panorama literario universal si no logra superar estas deficiencias narrativas. La universalidad no se gana solo con temas controversiales, sino con la habilidad de abordarlos de manera honesta y profunda. En este caso, La clase de griego se queda, una vez más, en un berrinche literario.

